La novela de Jules Verne, publicada en 1872, es mucho más que un simple relato de aventuras. Bajo la superficie de un viaje vertiginoso alrededor del planeta se oculta una compleja red de simbolismos que reflejan las tensiones, esperanzas y contradicciones de la era victoriana. A través de las peripecias de Phileas Fogg y su inseparable criado Passepartout, el autor francés construye una narrativa que interroga sobre el progreso técnico, la identidad cultural y la esencia misma del ser humano frente a los desafíos de la modernidad.
El viaje como metáfora de la transformación humana
La travesía que emprende Phileas Fogg no representa únicamente un desplazamiento geográfico, sino también un profundo recorrido interior. Al inicio de la historia, el protagonista aparece como un hombre metódico, casi mecánico en sus rutinas, encerrado en la rigidez de sus costumbres londinenses. Sin embargo, cada etapa del viaje lo confronta con situaciones imprevistas que desafían su naturaleza calculadora. Los encuentros con culturas distintas, los obstáculos inesperados y las decisiones morales que debe tomar lo obligan a flexibilizar su carácter y a reconocer dimensiones de la existencia que había ignorado hasta entonces.
La evolución del carácter de Phileas Fogg durante la travesía
El personaje principal experimenta una metamorfosis sutil pero significativa a lo largo de la narración. Si bien su determinación y frialdad inicial permanecen como rasgos distintivos, el contacto con realidades ajenas a su mundo ordenado introduce fisuras en su armadura emocional. La decisión de arriesgar su apuesta para salvar a Aouda constituye un punto de inflexión crucial, revelando que bajo la fachada impasible late un corazón capaz de empatía y sacrificio. Esta evolución simboliza la capacidad del ser humano para trascender sus limitaciones autoimpuestas cuando se expone a la diversidad del mundo.
El tránsito entre culturas como símbolo de apertura mental
Cada frontera atravesada representa un paso hacia la comprensión de la multiplicidad humana. La novela presenta un mosaico de paisajes, tradiciones y sistemas de valores que contrasta con la uniformidad del ambiente burgués londinense. Este desplazamiento constante funciona como alegoría del proceso de aprendizaje y maduración. La apertura mental que gradualmente experimenta Fogg refleja el ideal ilustrado de que el conocimiento directo de otras sociedades enriquece la perspectiva individual y desmantela prejuicios arraigados. El viaje se convierte así en una pedagogía vital que transforma al viajero tanto como los territorios que recorre.
El tiempo y la modernidad victoriana en la narrativa
La obsesión temporal que domina la trama funciona como espejo de una época fascinada por la eficiencia y la medición precisa. El siglo XIX presenció la estandarización de los husos horarios y la proliferación de relojes como instrumentos de control social y económico. En este contexto, la apuesta de Fogg adquiere un significado que trasciende lo anecdótico, convirtiéndose en emblema de una sociedad que valoraba el dominio racional sobre el entorno natural y la capacidad de predecir y organizar el futuro.
La precisión cronométrica como reflejo del progreso industrial
El cronómetro que Fogg consulta constantemente representa más que un simple dispositivo para medir horas y minutos. Simboliza la fe victoriana en la tecnología como motor de civilización y prosperidad. Los ferrocarriles, barcos de vapor y líneas telegráficas que posibilitan la hazaña del protagonista testimonian el triunfo del ingenio humano sobre las distancias y los obstáculos naturales. Esta celebración del progreso técnico refleja el optimismo de una era que creía estar construyendo un mundo más conectado y racional, aunque esta visión también contenía elementos de arrogancia cultural y expansionismo económico.
La apuesta: un recurso simbólico sobre el control del destino
El desafío que acepta Fogg ante los miembros del Reform Club trasciende el aspecto monetario para convertirse en una declaración filosófica. Apostar sobre la posibilidad de completar la circunnavegación en un plazo determinado implica afirmar que el destino humano puede someterse a la voluntad individual cuando esta se arma de método y recursos adecuados. Esta confianza en la capacidad de moldear el futuro según planes preconcebidos refleja tanto el espíritu emprendedor de la época como sus limitaciones, pues la historia demostrará que incluso los cálculos más rigurosos deben adaptarse a la imprevisibilidad de la realidad.
Oriente y Occidente: la representación de dos mundos

La novela construye un contraste permanente entre el universo occidental, presentado como racional y ordenado, y los territorios orientales, descritos frecuentemente como exóticos y caóticos. Esta dicotomía responde a las percepciones dominantes en la Europa decimonónica, donde las potencias coloniales justificaban su expansión mediante narrativas que enfatizaban su supuesta superioridad civilizatoria. Las páginas de Verne reflejan estas actitudes, aunque también revelan involuntariamente las tensiones y contradicciones inherentes a tales prejuicios.
Los estereotipos culturales del siglo XIX en la obra
La representación de India, China, Japón y otros territorios asiáticos en la narración está impregnada de las convenciones literarias y científicas de su tiempo. Los personajes no europeos suelen aparecer caracterizados mediante rasgos generalizadores que hoy reconocemos como estereotipos problemáticos. Sin embargo, esta misma limitación convierte la obra en documento valioso para comprender cómo la literatura contribuyó a consolidar imaginarios colectivos sobre la alteridad cultural. El texto evidencia cómo las narraciones de viajes funcionaban como instrumentos de construcción ideológica, reforzando jerarquías entre pueblos y legitimando proyectos imperiales.
El rescate de Aouda como símbolo del colonialismo europeo
El episodio en que Fogg salva a la joven viuda de morir en la pira funeraria constituye uno de los momentos más reveladores desde una perspectiva simbólica. Esta secuencia encarna la narrativa salvacionista que caracterizó al discurso colonial, según la cual Europa tenía la misión de rescatar a otros pueblos de sus propias tradiciones consideradas bárbaras. La figura de Aouda, agradecida y posteriormente enamorada de su salvador, reproduce el esquema paternalista donde el colonizado aparece como receptor pasivo de la benevolencia occidental. Este simbolismo, aunque problemático desde una mirada contemporánea, resulta fundamental para entender las estructuras mentales de la época y sus manifestaciones literarias.
Passepartout y la humanización del relato aventurero
Frente a la rigidez aristocrática de Phileas Fogg, el criado francés aporta una dimensión emocional y popular que equilibra la narración. Su espontaneidad, sus miedos y su capacidad para el asombro contrastan con el estoicismo del amo, generando una dinámica que enriquece la experiencia lectora. Este personaje funciona como puente entre el lector común y el protagonista excepcional, permitiendo identificaciones emocionales que humanizan una aventura que podría haber resultado demasiado fría o distante.
El criado francés como contrapunto emocional del protagonista
La relación entre ambos personajes establece un juego de complementariedades que trasciende la mera división de clases sociales. Mientras Fogg representa la razón calculadora y el autocontrol extremo, Passepartout encarna la intuición, la improvisación y la expresividad afectiva. Esta pareja simboliza la tensión entre diferentes modos de estar en el mundo, sugiriendo que la efectividad en la acción requiere tanto de planificación metódica como de adaptabilidad creativa. El criado aporta además momentos de alivio cómico que impiden que la narración se vuelva excesivamente seria, manteniendo así el equilibrio tonal necesario para una novela de aventuras exitosa.
La lealtad y el humor como elementos simbólicos del espíritu popular
La devoción incondicional que Passepartout muestra hacia su empleador, incluso en las circunstancias más adversas, representa valores asociados tradicionalmente con las clases trabajadoras: la fidelidad, el compromiso práctico y la solidaridad en momentos críticos. Su capacidad para encontrar aspectos cómicos en situaciones dramáticas refleja una sabiduría popular que contrasta con la solemnidad burguesa. Este personaje encarna así la idea romántica de que las virtudes genuinamente humanas no dependen del refinamiento social sino de cualidades innatas del carácter. Su presencia garantiza que la novela no se convierta en mera celebración del individualismo burgués, introduciendo matices que reconocen el valor de otras formas de existencia y relación con el mundo.
